He llenado la bañera de agua
caliente. Agua ardiente para templarme. Para tomar aire, sumergirme y sentir
que mi piel está rodeada.
Que me acaricia el calor. Que me
tocan palabras. Que se me asienta el
alma. Que se me limpia el hartazgo, la pena, el hastío. Que no me hace falta
llorar porque aquí todo está lleno de lágrimas falsas.
Me imagino en un océano pequeño y
soy una isla sin habitar. Si cierro los ojos, es de noche en mi isla. Las olas
de jabón se rompen en la costa de mi piel y ya no necesito más.
Pero sólo con tirar del tapón se
va el océano manchado de cansancio y penas. Y me quedo ahí tumbada, viendo mi
costa hacerse más grande, volverse acantilado.
Me quedó ahí viendo cómo se
marcha el agua ardiente. Cómo me vuelve el frío. Y empiezo a temblar. Me
tiemblan las uñas mordidas. Me tiembla la piel. Me tiembla el coño. Me tiembla
la tripa.
Y la piel se me eriza y los pechos se me llenan de frío otra vez. Ya
nada me toca, nada me abraza, ninguna palabra me da calor.
Se ha marchado el océano. He
dejado de ser isla.